Es probable que algunos de nuestros estudiantes tengan que decidir no continuar sus estudios en este periodo, por más que la institución ofrezca solución a algunos de los problemas que pueden tener. Queda claro que no serán características exclusivas del arbitrio de estudiantes ni de la institución las que expliquen el resultado de la permanencia.
Al hablar de retención es frecuente pensarlo como aquel indicador que refleja de manera numérica cuántos estudiantes permanecen cada año en una carrera, institución o sistema. Este indicador es usado para dar cuenta de la calidad de la docencia, en los distintos niveles del sistema educativo. En particular, se utiliza para caracterizar a las instituciones en los procesos de acreditación. Junto con el cálculo del indicador de retención, a la hora de explicar su resultado (es decir, su valor) se realizan estudios que consideran principalmente características de entrada de los estudiantes. ¿Cómo se medirá la retención para este año? ¿Es posible hacerlo sólo restando los estudiantes que ingresan menos los que se vuelven a matricular en el período siguiente? ¿Es serio utilizar sólo características de los estudiantes para entender su resultado?
Quizás, como en ninguna oportunidad anterior, tendremos la posibilidad de entender la complejidad que está detrás del indicador que llamamos retención. Existen diversos marcos conceptuales que están a la base de las distinciones de retención; esto es, pensamos que los estudiantes son los únicos responsables de sus resultados o superamos esa perspectiva y consideramos que los logros de los estudiantes son el resultado de la interacción de variados factores.
La investigación actual sugiere que son muchos los factores que inciden en que un estudiante se quede o no en una institución e incorpora otros conceptos. Para abordar de una manera compleja la permanencia, debemos diferenciar persistencia de retención.
La primera (la persistencia) es el lado subjetivo de la ‘permanencia’; esto es, los motivos y significaciones que ella tiene en el proceso dinámico y no lineal de las trayectorias de los y las estudiantes. Y la segunda (la retención), es el lado institucional, de la mayor o menor capacidad de las mismas instituciones de educación superior para ser efectivas en sus procesos de formación. En este sentido en la literatura reciente se ha llamado la atención sobre la necesidad de una reconstrucción tanto teórica como empírica del concepto de éxito o fracaso académico considerando los incrementos en los números de estudiantes que reingresan a la educación superior, lo que pone de manifiesto una diversidad de trayectorias académicas.
Si esto dice la literatura “sin pandemia”, ¿qué podríamos decir nosotros en un contexto de pandemia?
Por el lado de la subjetivación de los estudiantes, su participación en las clases no presenciales se ve ha visto mediada por disponer de computador y de conexión. Según los datos disponibles, había un gran número de estudiantes que no contaban con ello al inicio del semestre. La institución hizo notables esfuerzos por procurar equipos y conexión. Por otro lado, también los especialistas recomiendan disponer de un escritorio, mejor si está orientado a la luz natural, en el que pueda estar concentrado sin ser molestado. Quizás sea difícil de lograr para aquellos estudiantes que viven con más de cinco familiares en viviendas de 40 metros cuadrados. También recomiendan que un estudiante debe tener una alimentación saludable y balanceada, así como una apropiada salud mental. Desafío mayor para nuestros estudiantes, los cuales, en un 50%, debían trabajar para poder mantenerse en la universidad y ayudar a sus familias. Podemos advertir que difícilmente nuestros estudiantes no estén siendo afectados por la cesantía y sus consecuencias. Por último, los índices de contagios y de muerte por el Covid-19 están poniendo en tensión a toda la población.
Es en este contexto que los estudiantes han debido transitar hacia una modalidad no presencial, apoyada con plataformas que permiten realizar clases sincrónicas. ¿Cómo entonces se han dado esas clases?
Luego de varios meses de trabajo, se observa que algunos profesores han replicado lo que han hecho siempre; esto es, clases completamente expositivas, con nula consideración hacia el estudiantado. Formato que, si en una versión presencial debiera erradicarse, en el formato virtual contraviene cualquier recomendación especializada. En el lado opuesto, felizmente, encontramos a muchos profesores que están haciendo un esfuerzo notable por incorporar la tecnología disponible a favor del aprendizaje activo, donde los estudiantes son los que ejes centrales del trabajo docente. Esfuerzos, sin embargo, que no han sido suficientes para que los estudiantes no paralicen sus actividades.
La pandemia ha develado, con mucha más fuerza que lo que muchos quisiéramos, la tremenda desigualdad estructural que tenemos como país. Ese es el contexto en el cual como universidad de pública y estatal, debemos operar.
Volviendo a la pregunta inicial: ¿cómo afectará la pandemia a la permanencia de los estudiantes en la universidad? Sin duda, tanto los estudiantes como la institución tendrán una difícil tarea para responderla, quizás sea más oportuno que nunca centrar el análisis en la trayectoria, pues los estudiantes van y vuelven.
Es probable que algunos de nuestros estudiantes tengan que decidir no continuar sus estudios en este periodo, por más que la institución ofrezca solución a algunos de los problemas que pueden tener. Queda claro que no serán características exclusivas del arbitrio de estudiantes ni de la institución las que expliquen el resultado de la permanencia. Los sistemas de calidad deberán estar a la altura de las circunstancias y comprender de manera compleja el resultado dela retención. Es hora de cambiar el paradigma.
Fuente: El Desconcierto