Actualmente Brasil se ubica como el sexto país con mayor número de infectados en el mundo, problemática que tiene como principal responsable al gobierno de Bolsonaro y su manejo de la crisis.

Los primeros casos reportados de Covid-19 en Latinoamérica se conocieron durante el mes de marzo, con algunos días de desfase entre uno y otro país. Entre aquellos países, el primero al cual llegó el nuevo coronavirus fue Brasil, el más grande e influyente de la región.

Con el pasar de las semanas la pandemia fue decantando y agravándose según la manera en que cada gobierno la afrontó, y dentro de nuestro propio continente han podido evidenciarse formas sumamente dicotómicas de afrontar esta crisis. “Optar por la vida o la economía”, ha sido una de las consignas más escuchadas o leídas, y entre dichas opciones se han posicionado uno y otro gobierno. Así por ejemplo, mientras en Argentina la cuarentena total fue una medida rápidamente adoptada para frenar el avance de la pandemia, en Brasil aún no ha sido decretada esta medida por parte del gobierno central, y los números al parecer evidencian cuál de las dos estrategias ha sido más efectiva.

En Argentina el número de casos reportado durante la última jornada asciende a los 7.121 con 353 muertes, mientras en Brasil los infectados superan los 200.000 con más de 14.000 muertes en el camino. Si bien la población de Brasil es 4 veces mayor a la de Argentina, el número de infectados en el país carioca es 40 veces mayor que en el país trasandino. Un panorama desolador por donde se le mire.

No por nada la OMS ha señalado recientemente que Brasil puede convertirse en un futuro cercano en “el epicentro mundial de la pandemia”, y muchos expertos locales reafirman esta hipótesis.

Brasil

En esta situación el gobierno central, presidido por Jair Bolsonaro, ha cumplido un rol fundamental, de absoluta complicidad con la debacle que se cierne sobre tierras brasileñas.

Desde el principio de la pandemia el presidente y su grupo de apoyo han adoptado una actitud negacionista y minimizadora de los efectos del Covid-19, llegando a ser calificado este último como una “gripecita” por Bolsonaro. Esta actitud no es arbitraria, obedece a la consciente decisión del gobierno por privilegiar los intereses económicos de la gran empresa por sobre las vidas de sus compatriotas, bajo el lema de que la “economía no puede parar” por las posibles consecuencias que vendrían aparejadas a una crisis económica.

La decisión por “resguardar la economía” a toda costa de parte del régimen bolsonarista ha llevado a un enorme vacío de poder a la hora de administrar y manejar la pandemia, ya que por un lado el gobierno llama constantemente a reabrir los sectores económicos estratégicos pese al avance del coronavirus, mientras que por el otro las autoridades locales de estados tan importantes como Sao Paulo o Río de Janeiro han optado por medidas sanitarias tales como cuarentenas o restricciones de circulación; en un jalonamiento constante entre el poder de estas instituciones que sólo termina por afectar al pueblo brasileño en su conjunto debido a su incapacidad para ponerse de acuerdo.

Al no existir una planificación centralizada del manejo de la crisis, el sistema de salud pública brasileño avanza a los tumbos sin un norte claro y sobre una base sumamente precaria, incapaz de afrontar de buena manera el exponencial aumento de casos y, en consecuencia, al borde del colapso. Esta desprotección en la cual se encuentra la red asistencial brasileña es el resultado de años de gestiones gubernamentales que han expoliado el sistema público para dar más dividendos al privado, en el marco de un modelo de salud privatizada similar al chileno.

Si a esta situación sumamos la incapacidad del Estado para asegurar el bienestar económico de su población en medio de la crisis sanitaria, terminamos por completar un cuadro que confirma las visiones fatalista respecto al avance de la pandemia en el país.

En torno a este tema es necesario precisar que el ingreso mínimo por persona fue fijado recientemente en Brasil cercano a los 100 dólares, alrededor de 80.000 pesos chilenos. Esta situación de pobreza y desprotección de muchos brasileños y brasileñas los ha llevado a romper cualquier tipo de medida restrictiva para salir a trabajar, guiados por la necesidad básica de sobrevivencia.

Al ser Brasil uno de los países más desiguales del mundo, en el cual se concentran parte de las más grandes fortunas del continente a contrapelo de millones de brasileños que viven en condiciones de hacinamiento y violencia extrema, no es difícil comprender que esta crisis no es sólo resultado de un casi demencial manejo por parte de Jair Bolsonaro, sino que de un sistema económico incapaz de afrontarla y dotar de seguridad social a sus habitantes para que puedan desarrollar un confinamiento seguro.
favelas de Río

favelas de Río

El modelo económico en Brasil no ha dado el ancho, y el gobierno no hace otra cosa que mantenerse firme en su protección y mantenimiento a rajatabla. Cuenta de ello es el decreto emitido por el presidente durante esta semana, en el cual calificaba como “servicios esenciales” a los gimnasios, barberías y salones de belleza para que éstos no cerrasen sus puertas, marcando una clara intención de reabrir paulatinamente la economía.

La postura del gobierno ha terminado por volverse un verdadero “tiro por la culata” para sus propios intereses, ya que la aprobación de Jair Bolsonaro ha bajado más de un 30% debido a su manejo de la pandemia. Esta situación tiene al país no sólo al borde de una crisis sanitaria de gran escala, sino que también al borde de una enorme crisis política.

A las ya sabidas desavenencias de Bolsonaro con algunos sectores de su gobierno y del ala militar se suman las voces que comienzan a hablar de un “impeachment”, un juicio político emitido desde el Congreso para destituir de sus funciones al presidente. Si bien este aún se ve lejano debido a la incapacidad de la oposición política brasileña para ponerse de acuerdo y el apoyo que Bolsonaro tiene aún entre las Fuerzas Armadas, se presenta como síntoma de una problemática que puede abrirse entre dos frentes: el inicio de un profundo proceso de crisis política que decante en la destitución de Bolsonaro o el avance de su gobierno hacia un régimen cada vez menos democrático, amparado en el poder de las Fuerzas Armadas.

Como podemos observar, actualmente en Brasil se concatenan tres expresiones de una misma problemática: la crisis social, la crisis sanitaria y la crisis económica, y no apuntan sólo a la incapacidad del gobierno de turno, sino más bien a la podredumbre del sistema que le da sustento.

Se ciernen importantes desafíos para el pueblo brasileño, durante el último mes el número de muertos e infectados ha aumentado más de 10 veces, sumándose a esta problemática más de 10 millones de desempleados. Todo parece indicar que el único actor capaz de cambiar el rumbo de esta crisis y evitar que el país caiga definitivamente en el despeñadero es el propio pueblo brasileño, ya que la oposición política, tal como acá, es sumamente servicial e incapaz de organizar un contrapeso real al poder de Bolsonaro.

Por lo mismo, acá en Chile debemos estar atentos, Brasil es el principal polo político y económico del continente, por lo cual los acontecimientos surgidos en su interior repercuten de una u otra manera en los países de la región.

No debería sorprendernos que la protesta se reactive con más fuerza que nunca en dichas tierras si la crisis continúa su curso, y esperemos que si aquello pasa sea para poner en jaque a un gobierno y un sistema que desde el primer minuto se han encargado de poner sobre la balanza los intereses económicos del gran empresariado, en desmedro de la vida de millones de brasileños y brasileñas.

Fuente: Diario Venceremos

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