El planteamiento es sencillo: los sujetos liberales en Chile renunciaron al conocimiento, el liberalismo no se fraguó correctamente en nuestro país. Aunque les duela a los intelectuales orgánicos del liberalismo, asumir que tras la transición se estableció un “Contrato Social” legítimo y validado democráticamente es simplemente una deformación histórica, por lo que sus planteamientos nacieron y nacerán de una falsa premisa. Así, la renuncia total a un conocimiento más allá de esta “realidad liberal” es insoslayable, su razón se encuentra totalmente disociada del contexto chileno, en un ejercicio inmaduro que se queda en las apariencias pseudo-democráticas del Estado sin percibir su esencia autoritaria.

La evidencia: fantasías como las de Daniel Matamala, para quien la mejor salida a la crisis social chilena vendría de un gobierno basado en el paradigma de Teodoro Roosevelt, presidente norteamericano que en los albores del siglo XX partió Colombia y expandió el dominio imperial norteamericano a Centroamérica. Con este paradigma el periodista pretende, por un lado, reactivar la economía liberando la energía del capitalismo para fortalecer la democracia, y por otro, evitar el surgimiento de populismos, manteniendo inalteradas las lógicas de acumulación y restableciendo, de paso, la competencia en el mercado.

Planteamientos como el de Matamala y sus compañeros de ruta se caen por su propio peso, pero ilustran bastante bien la bancarrota intelectual en que está el pensamiento hegemónico, sintiéndose más cómodo citando experiencias históricas gringas que realidades sociales chilenas. Y es que, en las editoriales y columnas de Emol y La Tercera se mantiene una línea firme de pensar a la sociedad desde el poder y no desde la sociedad. Su ceguera vanagloria a mafiosos de la talla de Mañalich, descrito, por el mismo Matamala, como un “profesional competente” con “fuerte liderazgo”, un sujeto preparado para seguir las ejemplares hazañas de generales romanos frente a la pandemia que amenaza el destino del Capital.

Cada vez se hace más evidente que la imaginación del “establishment” se ha agotado y se ha reducido a repeticiones. Ahí está Bofill y la idea del “Estado ineficiente” quedando en ridículo ante Mónica González, o las editoriales de una monopolizada prensa que ya declaran difunto el Proceso Constituyente. Desde Octubre que se desnudaron las contradicciones en Chile, desmontando todo el edificio ideológico neoliberal que por todos los medios intentan reconstruir sin mucho éxito. Con ello también se devela toda maniobra distractora a la distopía neoliberal insostenible en la que vivimos; el despertar de Chile vislumbró cuán separados de la realidad estaban aquellos respetables pensadores —Peña, Matamala & cia.—, paladines del liberalismo de twitter, más preocupados del bastardo apoyo a Bernie Sanders que discutir los problemas objetivos de la sociedad chilena. Y por si fuera poco, el arribo del Coronavirus ha terminado la tarea de destruir las fantasías remanentes acerca de la superioridad de las democracias Occidentales, quitando el piso de referencia a los intelectuales del partido del orden.

Es bastante cómico ver como la intelligentzia liberal chilena aún se aferra a sus ídolos occidentales, los generales romanos, los presidentes gringos, las democracias ejemplares de primer mundo, siendo que Europa y EEUU se han convertido rápidamente en el epicentro de la pandemia global. Incrédulos del éxito de países como China, Corea y Vietnam, los comentaristas han seguido la línea Demócrata de apuntar a Trump como el responsable de la incompetencia a la hora de enfrentar la crisis, intentando contrarrestar la figura con una “decidida” Angela Merkel, sin tomar en cuenta los datos concretos: ningún líder europeo ha estado a la altura de la crisis. Sería difícil apuntar a Inglaterra o a Alemania como ejemplo para controlar la pandemia, pero ahí vemos al timorato de Piñera intentando plagiar en todo momento al Viejo Continente, mientras que es evidente que en EEUU la extensión de la crisis tiene más que ver con la desintegración social producto de décadas de capitalismo descontrolado que las actitudes corruptas de Donald Trump (corrupción que siempre ha permeado al Estado norteamericano).

Lo que se presenta ante los ojos del mundo es el fin de la supremacía liberal, el fin de su primacía ideológica y geopolítica. Sin embargo, los intelectuales del “establishment” chileno se niegan a reconocer el fracaso de los ‘liberalismos reales’, insistiendo en transponer esas fórmulas fallidas a un Chile que ya las desechó hace mucho. La desconexión de la interacción social es total, negando a la humanidad en tanto humanidad en su esfuerzo por defender la vieja institucionalidad y la vieja democracia. Creen que un cambio estético y no estructural del Estado es suficiente, pero en el fondo temen que la supuesta objetividad crítica que tanto pavonean sea destruida por las fuerzas de la historia.

El liberalismo está muriendo.

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