Cumplidos ya cuatro meses del inicio de la emergencia sanitaria en el país, el gobierno de Piñera parece empeñado en dar por superada la situación de pandemia del coronavirus forzando un rápido y ficticio descenso de las cifras de contagios y de muertes que estamos padeciendo. La manipulación de las cifras reales se ha convertido en una escandalosa exhibición de desvergüenza por parte de los gobernantes y del Minsal, quienes insisten en entregar reportes diarios que no se ajustan a la verdad, enredan los datos, mezclan estadísticas, en un burdo intento por mostrar avances y aparentar un supuesto control.
El absurdo de la «leve mejoría» que impuso el mandatario la semana anterior, está siendo transformado en una norma consolidada, haciendo como si no existiera la situación de crisis sanitaria, para imponer un pronto retorno de las actividades económicas que no han seguido activas durante la crisis. Piñera y su gobierno prefieren ocultar la dimensión de la pandemia y se esfuerzan por forzar una vuelta a la normalidad económica, siguiendo al pie de la letra la senda de los desquiciados Bolsonaro en Brasil y Trump en Estados Unidos.
En Chile la multiplicación de los contagios y muertes de personas a raíz del SARS-CoV-2 se ha debido a la nula voluntad del gobierno para impedir la propagación y derrotar la expansión del virus. Esta nula voluntad, a su vez, ha estado determinada por la decisión de mantener activa la economía y la producción en aquellos sectores que no eran esenciales para la sobrevida y la salud de la población, pero que son considerados prioritarios para la mentalidad mercantil y mezquina de los dueños de este modelo económico y político. La gran minería, la industria de la pesca, de la celulosa, de la madera, de la construcción, del negocio inmobiliario, de las empresas relacionadas para el funcionamiento de éstas, y aquellas empresas de la gran industria alimentaria y de la agricultura (las dos asociadas al concepto de esenciales), no han dejado de estar activas durante estos meses de crisis.
La mantención de la actividad económica es la principal fuente de propagación de la enfermedad, tanto por la concentración de masas de personas laborando, generalmente en condiciones de escaza o nula protección y ausencia de medidas preventivas, como por la movilidad de la población laborante que debe desplazarse continuamente a través de las ciudades, o a través de provincias y regiones; traslados que se realizan en condiciones de aglomeración y con dudosas medidas de protección. Estos desplazamientos constantes y la concentración de personas generan las condiciones propicias para la expansión de los contagios con las graves consecuencias que acarrea. A ello debemos agregar las condiciones habitacionales de las personas trabajadoras y las limitaciones del sistema público de salud pues, en definitiva, es allí donde deben atenderse los trabajadores y laborantes del país. Esta realidad es la que el gobierno y sus mandantes se niegan a reconocer y cambiar.
Pongamos las cosas en orden. Más allá de las desesperadas manipulaciones de cifras en que incurre el Minsal para dar la imagen de «superación de la pandemia», si nos atenemos a las estadísticas del DEIS, lo cierto es que Chile ya supera los 325.000 contagiados y bordea las 10.000 víctimas fatales, por más que el Minsal se empeñe en ocultarlas con malabares de bocacalle. Las tasas de contagios no descienden aunque reduzcan la cantidad de test de control; la saturación de los centros hospitalarios no decrece aunque inventen cifras que simulen una disminución; la mortandad no se detiene aunque a los gobernantes no les importe ese detalle. Por si eso no bastara, es necesario tener presente que Chile está en el 6° lugar a nivel planetario en la totalidad de contagios, y en el 5° en la tasa de contagios por número de habitantes; también marca Chile el peor récord en América Latina, 3° lugar en total de contagios (detrás de Brasil y Perú) y 1° en Latinoamérica, en la tasa de contagios y de mortalidad por millón de habitantes. Este gobierno no tiene nada digno que mostrar, su gestión ha sido una verdadera tragedia para el país y sólo debiera sentir vergüenza, pero también carece de ella.
Lo cierto es que para el presidente Piñera, para la derecha y los poderosos empresarios, la crisis sanitaria y la epidemia propiamente tal no existen pues no representa para ellos ningún riesgo ni ningún problema; la preocupación que inicialmente pudo haberles provocado se terminó a fines de marzo cuando el virus fue desalojado desde sus barrios de residencia y de sus centros de poder. El resto que se joda. Que la población, que la ciudadanía, que el pueblo se enferme y muera no les importa; para los poderosos son sólo cifras frías, números sin importancia, cuya contabilidad tampoco reviste mayor interés. La única significación de interés que le han asignado a la pandemia ha sido el sacarle el mayor provecho político y la mayor rentabilidad económica posible.
No es que no sepan contar o no tengan experticia para llevar una estadística, es que no les importa, y sólo les interesa manipular las cifras reales para engañar y lograr sus siempre mezquinos objetivos. Los números, las cifras, la contabilidad que realmente le interesa a Piñera, su gobierno y los poderosos, son las que se producen en la bolsa de valores, en los bancos, en los negocios, en el mercado. Este es, desgraciadamente, un gobierno perverso, un modelo perverso, un sistema perverso.
Por la misma razón, cada día que pasa aumenta y crece la necesidad de terminar con los cimientos en que se sustenta toda esta barbarie. Así parece entenderlo la ciudadanía chilena que durante la semana recién pasada comenzó a dar signos de hartazgo ante la incapacidad del gobierno para contener los estragos que está provocando la gestión gobernante y la pandemia del coronavirus en los sectores populares del país. Los mayores afectados por la virulencia de la enfermedad han sido, precisamente, las capas pobres y más carenciados de la población, que son dañados no sólo por las inequidades estructurales de la sociedad, sino también por la ineptitud y desidia en adoptar políticas sociales de apoyo efectivo ante la crisis, y por la imposibilidad de recibir ayuda oportuna y suficiente frente al contagio.
Como si todo lo anterior no bastara, en los días recientes los barrios y comunas más vulnerables fueron severamente afectados por las inclemencias climáticas que azotaron la zona central y centro sur. Nada tan terrible dada la sequía crónica que afecta al país, pero las lluvias vinieron a poner un foco de aumento a la violenta desigualdad y segregación y toda suerte de arbitrios que se cometen en la conformación y desarrollo de nuestra sociedad.
Las acometidas meteorológicas han servido para sacudir el acostumbramiento al dolor que provocan los ya cotidianos, monótonos e insensibles anuncios del Minsal respecto de nuevos contagios y nuevas muertes provocados por la epidemia; anuncios que son realizados por los voceros del ministerio con la actitud de quien reporta los vaivenes de caja del negocio diario y evidenciando la molestia de no ser capaces de ponerle atajo a la enfermedad. Más bien pareciera haber un desinterés por la crisis sanitaria para forzar la normalidad y hablar de la supuesta crisis económica.
No por casualidad en La Moneda ya están ocupados en establecer «protocolos» para el regreso al trabajo presencial de todos los funcionarios públicos, como una manera de respaldar la necesidad de mano de obra del sector privado. La obsesión del presidente Piñera por reactivar la economía en todos los espacios, puede estar fundada en el hecho de que la población no está consumiendo a los niveles acostumbrados o deseados por los dueños de este modelo explotador en esencia. Los gobernantes y mandantes empresarios se pisaron solos la cola porque creyeron que podrían «superar» la pandemia en un par de meses y ya, de nuevo a lo suyo, a acumular sin destajo. Pero no ocurrió así, porque el virus sigue las leyes de la naturaleza y no las leyes del mercado, primer error. Segundo error, que para protegerse a sí mismos y sus riquezas, impusieron tal cantidad de abusos y desprotección de la población que dejó a esa misma población (entiéndase: «consumidores») en total indefensión, que al cabo de un par de meses se agota su capacidad de consumo, se termina su capacidad de pago de las deudas, se acaban sus posibilidades de «bicicleteo» del endeudamiento de una tarjeta a otra, de un banco a otro, de una calilla a otra.
La verdadera crisis económica del modelo chileno no es más que la pérdida de capacidad de pago de los deudores consumidores y de los consumidores deudores, lo que rápidamente puede convertirse en la pérdida de control sobre esa masa de esclavos del endeudamiento. Es cosa de revisar las cifras (esas también) de las utilidades y crecimiento que han tenido en estos meses de pandemia las empresas de la gran industria y de la producción que mencionamos antes, y constatamos que no hay ninguna crisis en ellas; ni tampoco en las AFP, ni las Isapres, ni en ningún gran negocio privado. La urgencia de Piñera y los suyos por «reactivar la economía» no es más que la urgencia por recuperar el control sobre los esclavos, recuperar la capacidad de pago de las deudas, recuperar la capacidad de someter por el consumo y el endeudamiento.
Los sectores económicos que han resentido sus posibilidades de mantención y desarrollo producto de esta crisis sanitaria son el comercio minorista, la pequeña y mediana empresa, los trabajos informales, los laborantes a honorarios, los independientes, los ambulantes. Al parecer los anuncios realizados ayer por el presidente, respecto de un pomposo plan de ayuda a la clase media, es un intento desesperado por recapturar a estos sectores y asegurar su rol en la cadena mercantil de consumo. No otra cosa puede entenderse del hecho de que ese pomposo plan de ayuda consiste esencialmente en abrirles posibilidades de endeudamiento, de más créditos, más «CAES» para que puedan animarse a seguir llenando ese rol en la cadena.
La ayuda que les ofrece el gobierno es que se endeuden y, para completar la obra, inducen a esa población a acudir a hacer filas, a aglomerarse en las afueras de las entidades bancarias en donde es más probable que consigan más pronto un contagio que el famoso crédito. Además, asegura el gobernante, las medidas de su nuevo plan son mejor para la clase media que utilizar parte de sus fondos en las AFP. La desvergüenza y caradurismo de estos gobernantes no tiene límite. Invita a la población a que se endeude con la banca privada para impedir que siga insistiendo con utilizar parte de sus propios dineros secuestrados por los empresarios dueños del negocio de las AFP; La voz del presidente no hace sino replicar la orden impartida desde la CPC que, a través de su vocero, dejó en claro que no aceptarán el uso de los fondos previsionales de los cotizantes. El mandatario invita a la población a endeudarse con la banca privada para llevar más posibilidades de negocios y de ganancias para los mismos que tienen secuestrados los dineros de los fondos previsionales de la masa trabajadora chilena; eso es un simple asalto, un abordazo a la población desprotegida.
Los supuestos destinatarios de este plan, al igual que los contagiados y muertos del mundo popular, para Piñera y su gobierno, son insignificantes, son costos necesarios, son daños colaterales. Daños colaterales son las víctimas indirectas que se producen en todas las guerras en función de conseguir un objetivo determinado; se sabe de siempre cuál es el objetivo que mueve a Piñera quien dejó claro hace mucho que está en guerra contra el pueblo chileno.
Lo cierto es que este gobierno no ha dejado pasar ninguna posibilidad de beneficiar al empresariado y adoptar medidas que vayan en el interés de éste sector, eso no es ninguna novedad. La verdadera noticia de estos días han sido las nuevas manifestaciones sociales que comienzan a entorpecer la parsimonia impuesta por las necesarias restricciones propias de la pandemia que, para no dejar nada librado al azar, también han sido manipuladas y utilizadas por el gobierno para dar rienda suelta a sus desmedidos afanes represivos.
Fuente: Resumen