Nuestros hospitales públicos todavía soportan bien el ventarrón y esto no solo se debe a que estamos lejos de alcanzar el peak de contagios. En Chile, el sistema público históricamente ha mostrado buenos resultados, pese a un aporte fiscal insuficiente, y durante la pandemia no ha sido de otro modo. ¿Cómo se explica esto? En parte, porque todavía predomina una lógica sanitaria eficiente, con mirada de salud pública, que mantiene la solidaridad y la cobertura aunque estés cesante, seas indigente o migrante sin papeles. Y ha sido a contrapelo de todos los gobiernos posdictadura. Si fuese por la voluntad de la derecha o sus amigos de la antigua Concertación, tendríamos en Chile, con alta probabilidad, un modelo como el de Estados Unidos, basado en multiseguros y con un segmento importante de la población sin cobertura, consultando en forma tardía y engrosando las cifras de mortalidad.
Desde mediados de abril, el Gobierno promueve un retorno progresivo a las actividades educacionales y laborales presenciales, junto con la apertura del gran comercio. “El número total de enfermos activos está tendiendo a estabilizarse”, afirmó Piñera. No obstante, además de expresar una mirada exitista que desconoce las complejidades de la pandemia, su plan carece de rigurosidad técnica. Esto se evidencia en que, para los casos recuperados, no solo contaron a los muertos, sino también a personas que seguían hospitalizadas graves; la sensibilidad de los exámenes PCR que se están usando en Chile podría ser incluso menor a la ya reportada, debido a problemas asociados a los kits adquiridos por el Minsal y aunque se ha avanzando en la cantidad total de exámenes diarios, estos siguen siendo insuficientes para lograr una trazabilidad confiable de los contagios.
Pero nos dirán también que la mortalidad en Chile sigue siendo baja comparada con otros países. Aunque hasta ahora eso es cierto, al inicio la enfermedad se concentró en grupos socioeconómicos altos, más sanos y con acceso a la salud privada, y es de esperar que el panorama cambie ahora que el contagio se extiende rápidamente por comunas populares.
Sin embargo, nuestros hospitales públicos aún soportan bien el ventarrón y esto no solo se debe a que estamos lejos de alcanzar el peak de contagios. En Chile, el sistema público históricamente ha mostrado buenos resultados, pese a un aporte fiscal insuficiente, y durante la pandemia no ha sido de otro modo. ¿Cómo se explica esto? En parte, porque todavía predomina una lógica sanitaria eficiente, con mirada de salud pública, que mantiene la solidaridad y la cobertura aunque estés cesante, seas indigente o migrante sin papeles. Y ha sido a contrapelo de todos los gobiernos posdictadura. Si fuese por la voluntad de la derecha o sus amigos de la antigua Concertación, tendríamos en Chile, con alta probabilidad, un modelo como el de Estados Unidos, basado en multiseguros y con un segmento importante de la población sin cobertura, consultando en forma tardía y engrosando las cifras de mortalidad.
Por lo anterior, la pandemia por COVID-19 nos obliga a imaginar y exigir un Nuevo Sistema de Salud, con cobertura universal y 100% público, que distribuya los recursos disponibles de manera racional para satisfacer las necesidades de toda la población, en contra de los intereses de una industria que a través de Isapres y clínicas privadas ha desviado gran parte del financiamiento destinado a la salud directamente a sus bolsillos.
Seguramente, ahora que la cantidad de contagios crece a ritmos preocupantes, el Gobierno retrocederá en su intento por forzar el retorno a la “normalidad”. Pero cuando lo vuelva a plantear, no podemos perder de vista que la salud de la población parece importarles menos que la recuperación de la actividad económica, lo que en un sistema neoliberal como el nuestro se traduce en cuidar los intereses de los principales grupos económicos. De otra manera, tampoco se entiende la preocupación por la apertura de los malls o que la Ley de Protección al Empleo termine facilitando que grandes empresas dejen de pagar los sueldos a sus trabajadores y trabajadoras.
Por ello es que, en el marco de una crisis sanitaria que aún está lejos de acabar y teniendo en mente las consecuencias sociales y económicas que se desprenden de esta, solo nos queda cuidarnos entre nosotros(as) mismos(as), afirmándonos en el tejido social que hemos reconstruido durante la últimas décadas y con más fuerza desde la revuelta de octubre. El apoyo mutuo y la solidaridad, seguirán siendo nuestra mejor garantía para salir adelante en este escenario adverso.