Con el deseo de construir una militancia del hacer más que del decir, debemos acelerar el tranco hacia un proceso efectivo de organización territorial que ponga en la mesa la invitación a proyectos políticos democráticos más que el fomento del clientelismo; que muestre una alternativa comunal y barrial.

Dicen que en tiempos de crisis podemos ver lo mejor y lo peor de los seres humanos. En nuestro país hemos visto las dos caras de la moneda. Mientras algunos hicieron de la soberbia una norma tras escapar en helicópteros a sus segundas viviendas, otros han hecho de la solidaridad, la protesta y el cuidado entre pares una política contenciosa frente al hambre, la cesantía y la pobreza.

Producto de un malestar generalizado, y tras la revuelta social iniciada desde el 18 de octubre, los partidos políticos en Chile quedaron en entredicho. En medio de ese escenario, las fuerzas políticas “progresistas” del pasado e inclusive las nuevas, como el Frente Amplio, que nació como una alternativa a quienes gobernaron 30 años de consensos, también fuimos cuestionadas.

A pesar de nuestra irrupción en el poder, y sin tener las mayorías necesarias, la promesa de “lo nuevo” no bastó para cambiar las cosas. Vivimos en primera persona la frustración de lidiar con una institucionalidad que por esencia niega el conflicto y en ese camino el peligro de mimetizarnos con la política en la medida de lo posible rondó permanentemente en modo de advertencia. Esto se ejemplificó también en críticas como la excesiva parlamentarización de nuestro trabajo, donde a ratos se hizo del Congreso la única cancha para poner en marcha el “Programa de Much*s”, reconocido precisamente por esa escucha con la calle.

En medio de la crisis social que estamos viviendo y el plebiscito constituyente que se aproxima, quienes militamos en organizaciones nacidas al calor de las luchas sociales de la última década como el movimiento estudiantil, feminista, socio-ambiental, por pensiones dignas, entre otras, debemos preguntarnos, entonces: ¿con qué Chile estamos dispuestos a construir el proyecto político antineoliberal que las mayorías sociales anhelaron en marchas, cabildos y asambleas territoriales durante la revuelta?

Si nos preguntan, preferimos construir con ese Chile que, frente al abandono del Estado y las estrategias erráticas del gobierno, entiende que la única salida será colectiva. Con ese Chile que actualiza su indignación desde la presencia multitudinaria en las calles hasta el ejercicio de los cuidados como organización política. Con ese Chile que constituye redes de apoyo solidario, autogestiona el funcionamiento permanente de ollas comunes o comedores populares y organiza la recolección de alimentos e insumos de aseo para la supervivencia de sus poblaciones.

En medio de este escenario, es urgente pensar la crisis actual como un espacio para revisar el tipo de militancia y organización que queremos construir en adelante. Hoy tenemos la necesidad de profundizar la construcción de una militancia con las “manos limpias”, pero que deje los pies en la calle. Para ello es urgente re-pensar la acción política más allá del tuit o el activismo digital, necesario, pero no suficiente en tiempos donde la vida de la gente está en juego.

Con el deseo de construir una militancia del hacer más que del decir, debemos acelerar el tranco hacia un proceso efectivo de organización territorial que ponga en la mesa la invitación a proyectos políticos democráticos más que el fomento del clientelismo; que muestre una alternativa comunal y barrial. Este proceso debe generar confianzas para los desafíos que se vienen y nuestra tarea será convertirnos en un aporte a la recomposición del tejido social desbaratado, tras 40 años de neoliberalismo, y que se comenzó a restituir en la revuelta.

Por tanto, hoy es vital avivar una organización y militancia popular que, ante la desigualdad salvaje, ofrezca un Chile digno realizable. Con una propuesta económica clara y de cuidados de mediano plazo, que enfrente la desigualdad y la concentración de la riqueza, a través de un sistema de redistribución donde el poder político esté por sobre el poder económico. Que enfrente la crisis climática, tomando medidas de mitigación y un fuerte énfasis en la adaptación, considerando que somos una zona de sacrificio mundial y la crisis hídrica que hoy vivimos es sólo el principio. Una economía que garantice derechos sociales, pensiones, salud, educación, y no privatice esas responsabilidades que llegan a la familia, donde principalmente recae en las mujeres.

Una militancia que construya partido por fuera de los márgenes históricos del poder, es decir, en barrios y poblaciones donde la experiencia le gana a la técnica. Una militancia que construya alternativa no sólo en el Congreso o en los barrios donde el ahorro es posible, sino aquí donde muchas veces la esperanza se pierde. Donde la deuda es la regla, donde no hay tiempo de imaginar futuro porque el ingenio se usa para saber cómo parar la olla. Donde la política y los políticos son sinónimo de decepción. Necesitamos convocar y no perder de vista esa inmensa mayoría que hoy no participa del sistema electoral.

En este camino debemos tener presente que la práctica de la caridad y las mezquindades no pueden ser la receta. Necesitamos dignidad, justicia social y redistribución de la riqueza. Finalmente, necesitamos una militancia popular, donde el cómo también importa; donde el pueblo chileno sea el protagonista de la política, para que la vuelva a sentir como una dimensión propia para el mejoramiento de sus condiciones materiales. Pero, sobre todo, como una herramienta útil para conquistar una vida plena. El pueblo abrió la puerta y sin ellos al frente tenemos el peligro que se vuelva a cerrar.

Fuente: El Desconcierto

Compartir: