Osiel Sebastián Araya Jara, de 13 años, fue el primer niño que murió a causa del COVID-19 en Chile, en el Hospital para Niños Luis Calvo Mackenna. La historia de su fallecimiento conmovió a todo el país, pero a la vez, exige respuestas sobre el caso. El director del hospital, Jorge Lastra, comunicó a la prensa que el menor había sido contagiado por una visita. Los padres de Osiel desmienten esta versión y acusan negligencias del Calvo Mackenna que llevaron a su hijo al contagio y, posteriormente, a la muerte.

Durante la madrugada del 7 de mayo, Osiel Araya (45) recibió una llamada desde el Hospital Luis Calvo Mackenna. Le pidieron que se fuera lo más rápido posible para allá porque la situación era urgente. Más explicaciones no fueron necesarias: él ya sabía lo que ocurría. Se subió al auto y partió desde Quilicura a Providencia junto a su hija mayor. No se preocupó por el salvoconducto o por los semáforos en rojo, solo quería llegar. En 15 minutos ya estaban en el hospital.

Bajó personal de la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) con todos los implementos para que pudieran hacer ingreso a ver al niño. Se pusieron una pechera, bolsas en los pies, gorro, doble mascarilla y guantes. “Rompí la pechera de los puros nervios. Yo ya lloraba desesperado. Era obvio que mi hijo estaba muriendo”, dice Osiel.

Finalmente entraron a la unidad; primero él y luego su hija. Ahí estaba Sebita, su hijo, casi sin signos vitales, helado, de color morado y con sangre en la nariz. “Esa imagen no me deja dormir en la noche, por más que quiero sacármela no puedo. Es muy fuerte ver a un hijo morir”, cuenta Osiel.

Osiel le pidió perdón por todos los errores que alguna vez cometió, se despidió de su hijo y se quedó a esperar lo peor. Horas más tarde Osiel Sebastián Araya Jara, de 13 años, falleció convirtiéndose en el primer niño muerto por COVID-19 en Chile.

El 16 de enero último, Osiel Sebastián Araya Jara -Sebita, como le decían en su familia-, fue trasplantado de médula ósea en el Hospital de Niños Luis Calvo Mackenna, ubicado en Providencia. La recuperación fue compleja e incluso tuvo que estar unos días en la Unidad de Cuidados Intensivos antes que comenzara a estabilizarse. El 26 de febrero debían darle el alta, pero una fuerte indigestión y algunos exámenes alterados se lo impidieron. Por su seguridad se vio obligado a quedarse más tiempo.

María José Jara (42) y Osiel Araya (45) son los padres de Sebita y, además, en la Unidad de Trasplantados de Médula Ósea (TMO), donde el niño estuvo desde el 29 de diciembre hasta el 30 de abril, eran sus cuidadores. Estos son, generalmente, los padres de los pacientes y solo ellos tienen la facultad de realizar turnos y visitarlos.

Los primeros funcionarios del hospital contagiados por COVID-19 fueron precisamente en la unidad de TMO. María José y otra mamá se dieron cuenta que dos Técnicos en Enfermería Nivel Superior (TENS) tenían síntomas correspondientes a coronavirus, pero solamente fue un rumor entre pasillos, ya que las autoridades del Calvo Mackenna no se referían al tema. Al día siguiente se hizo una reunión informativa con los cuidadores para hacer el conteo de los contagios oficiales y se le realizó examen PCR a todos los niños de la unidad. En esta oportunidad Sebita dio negativo.

Tres días después, María José presentó algunos síntomas. Estaba aterrada, no por ella, sino por la vida de su hijo. Se realizó el examen PCR de forma particular y al día siguiente, 30 de abril, supo que era COVID-19 positivo. “Yo estoy segura que una funcionaria me contagió. No tenía por donde más. Yo estaba en el hospital todo el día y tomaba todos los resguardos”, dice. Después de la noticia se fue del Calvo Mackenna para comenzar a hacer cuarentena y Osiel comenzó su aislamiento preventivo. Por otra parte, a su hijo lo pasaron inmediatamente a la UTI y luego a la UCI.

El lunes 4 de mayo se le realizó otro examen PCR al niño. Ese día le pidió a su papá que se quedara con él. Le temía a la oscuridad y a las inyecciones, pero en esta oportunidad parecía que algo más le pasaba, se veía intranquilo y asustado. Osiel le pidió permiso a la enfermera a cargo, pero no lo autorizó. “Yo conozco a mi hijo y sabía que presentía algo, por eso me pidió que me quedara con él. Me lo reprocho. Debí haber insistido más”, relata. Al día siguiente lo llamaron para avisarle que el resultado del último examen de Osiel Sebastián era positivo. “Yo sabía que si le daba esa cuestión del COVID no tendría mucho aguante, y así fue”.

El 7 de mayo, dos días después de saber que portaba el virus, Osiel Sebastián Araya Jara falleció en la UCI del Hospital Luis Calvo Mackenna por un síndrome de distrés respiratorio agudo a causa de COVID-19. Osiel y Adjalli, hermana mayor de Sebita, llegaron horas antes de su fallecimiento y pudieron verlo. María José, por otro lado, llevaba solo una semana desde que supo que tenía el virus, y por esto, no pudo ingresar al hospital, ni despedirse de su hijo.

Osiel Sebastián Araya Jara fue el primer menor que murió por COVID-19 en el país. Por este motivo, la historia de su fallecimiento fue muy mediatizada. En este contexto, el director del Hospital Luis Calvo Mackenna, doctor Jorge Lastra, habló con la prensa para entregar información. Comentó que la recuperación del niño desde su trasplante de médula ósea fue “tórpida” y que evaluaron en él la condición de Covid-19 luego de descubrir que una visita lo contagió.

No es posible determinar si el menor fue contagiado por su madre, quien era su cuidadora y no una visita, o por las TENS portadoras del virus que lo atendieron unas horas en la unidad de TMO. Pasaron 10 días desde que las funcionarias contagiadas tuvieron contacto por última vez con el niño hasta su resultado de COVID-19 positivo y 6 desde que estuvo con su mamá.

“Claro, para el director fue más fácil decir que una visita contagió a mi hijo. Pero omitió la información sobre las funcionarias contagiadas en TMO que lo atendieron y tuvieron contacto con su mamá”, comenta Osiel.

Ximena Ortiz (33) fue cuidadora de la unidad de TMO del hospital durante el tiempo que Sebita estuvo ahí, ya que su hija de 10 años fue trasplantada de médula ósea también. “María José necesitaba ayuda para bañar a Osiel, ya que él no tenía la fuerza suficiente para levantarse solo. Las TENS la ayudaban. Por eso ella y su hijo, a diferencia de otras mamás y pacientes, estuvieron en contacto directo”, dice.

Ximena, al igual que los padres de Sebita, considera que en las declaraciones del doctor Lastra se debería haber mencionado a las funcionarias contagiadas de TMO. “Lo más seguro es que las TENS contagiaran a María José. Ella era de las mamás que anda con una botellita desinfectando todo”, relata.

En el mismo punto de prensa mencionado anteriormente, el doctor Jorge Lastra comentó que “el hospital hace evaluaciones regularmente con exámenes PCR. Sobre todo, a los niños con complejidad. Los evaluamos y evaluamos a sus familias, por eso detectamos la condición de la visita”. Sin embargo, el examen se le negó a María José y a todos los cuidadores de TMO del Calvo Mackenna.

En la reunión, donde se informó a los padres de TMO sobre el contagio de dos TENS, María José dice que le pidió a la jefa de la unidad, doctora Julia Palma, que le realizaran exámenes a los cuidadores para no correr riesgos. Estaba asustada por el contacto que ella y Sebita tuvieron con dichas funcionarias hace unos días. “Nosotros pedimos que nos hicieran examen PCR -a los cuidadores-, pero la doctora Palma dijo que no”, dice Ximena.

Por este motivo, luego de presentar síntomas, María José se realizó el examen PCR en el Laboratorio VIDAINTEGRA. Posterior a recibir su resultado positivo, informó la noticia al hospital y se le realizaron exámenes PCR, por primera vez, a todos los cuidadores de TMO.

Contactado para este reportaje, en un inicio el doctor Lastra se mostró abierto para referirse al caso del menor. Pero cuando se le consultó por los protocolos en TMO durante el contagio de Osiel Sebastián Araya, se excusó de entregar antecedentes, argumentando que para él era indispensable respetar el dolor de la familia.

“Esto fue negligencia médica, a mí nadie me lo saca de la cabeza. Sebita no estaba todavía listo para irse, le faltaba mucho”, dice María José Jara.

Por otra parte, el exministro de Salud, Jaime Mañalich, también informó sobre la muerte de Osiel Araya en el reporte diario sobre los contagios por COVID-19 de Chile. Comentó que “le dolía profundamente este fallecimiento, sobre todo porque este niño desde su nacimiento tuvo una vida llena de dolor”.

Los papás del niño corrigen esta afirmación, ya que su hijo no estuvo enfermo toda la vida. Osiel tuvo una baja de defensas cuando tenía tres meses de nacido, mostró mejorías y al año le dieron el alta. Vivió como un niño sano hasta los nueve años, ya que a esa edad comenzó a pasar gran parte del tiempo hospitalizado por múltiples enfermedades. A pesar de esto, siempre salía adelante. Sus padres creían que el trasplante iba a ser otra etapa superada en su historia. “Yo le aseguro que si a mi hijo no lo hubiese atacado el COVID, él estaría vivo. Porque era un luchador increíble, un guerrero”, comenta Osiel padre.

Sebita era un eterno hincha de Colo-Colo y siempre que podía iba al estadio a alentarlo. Su pasión por el fútbol lo llevó a unirse a un equipo llamado Los Brocas. Le encantaba jugar a la pelota. Iba al colegio San Alberto Hurtado de Quilicura, pero asistía esporádicamente por sus frecuentes hospitalizaciones. En invierno no salía mucho, ya que cualquier cosa podía afectar su salud. Sin embargo, su familia siempre paseaba con él cuando la situación lo permitía. Iban a la playa, andaban en bicicleta o simplemente pasaban tiempo juntos. “Era el regalón de la familia. Fue un niño tremendamente feliz y nos hizo felices a nosotros. Fue un regalo que Dios nos dio estos 13 años. Lo que uno más quiere es que un hijo sea feliz, eso me deja tranquilo”, dice Osiel.

Los niños trasplantados por definición usan corticoides e inmunosupresores. Para evitar el rechazo al trasplante estos deprimen su inmunidad y barreras defensivas. Por lo tanto, son susceptibles a tener infecciones de toda naturaleza y que estas sean graves. Este sería el caso de un contagio por COVID-19, ya que este virus es más letal contra las personas que tienen déficit inmunitario.

El expresidente del Colegio Médico de Chile, Juan Luis Castro, dice que “es evidente que el COVID-19 ataca bastante poco a los niños sanos, pero no así a todos aquellos con cáncer, déficit VIH o -como es el caso de Osiel Sebastián- trasplantados”. Por lo tanto, los resguardos para ellos deberían ser los mismo que se aplican a personas con enfermedades crónicas y adultos mayores. “Vale decir, aislamiento preventivo, distanciamiento social, lavado de manos y uso de mascarillas para las personas que están en contacto con ellos, ya que es difícil exigirles esto a los niños”, agrega.

En la unidad de TMO del Calvo Mackenna cada niño tiene un box personal. En total son 10 pacientes y un cuidador por cada uno. Las semanas antes del contagio de Sebita, los padres usaban el mismo baño y cocina. Es decir, compartían espacios comunes y luego entraban al box a acompañar a sus respectivos hijos. “A nosotros nos enseñaron a lavarnos las manos y a desinfectarnos, pero ya depende de cada persona si lo cumple, porque no hay nadie que lo supervise”, dice Osiel.

El día que Sebita falleció, asegura la familia, se le preguntó a Jorge Lastra por las medidas de precaución que tomaba el hospital con las visitas. “Se hicieron las evaluaciones para permitir el ingreso al hospital”, respondió. Sin embargo, María José cuenta que a los cuidadores se les tomaba la temperatura antes de entrar solamente si ellos lo pedían. Además, entregaban una mascarilla para 24 horas y, si tenían suerte, les daban otra adicional. Ximena cuenta que se les pedía explícitamente que la cuidaran porque debía durarles todo el día.

Respecto a las funcionarias de TMO, cuando se supo sobre el contagio de María José, su uniforme cambió. Pasaron de mascarillas a antiparras o escudos faciales. Los padres de Sebita recuerdan que antes de esto -durante abril- las enfermeras y TENS usaban mascarilla solamente cuando entraban a la unidad a asistir a los pacientes. Si salían o interactuaban entre ellas, se las bajaban. Ximena cuenta que el día del fallecimiento de Sebita vio a dos TENS tomando desayuno con el mismo uniforme y zapatos que usaron toda la noche. “A mí me parece inaceptable”, dice.

Ana es otra mamá que tuvo a su hijo en la unidad de trasplantados. Prefiere que su verdadero nombre no sea mencionado en este reportaje, porque el niño continúa en el hospital y teme que el trato hacia él cambie. Ana se habría contagiado de COVID-19 luego de que una TENS que tenía el virus tuviera contacto con ella sin su mascarilla. Esto pasó semanas después de la muerte de Sebita. La llamaron desde el Calvo Mackenna para avisarle sobre la probabilidad de que estuviese contagiada luego de que dicha funcionaria diera positivo. Le hicieron el examen PCR en el mismo hospital a ella y a su niño. A los días supo que tenía el virus; afortunadamente su hijo no.

Ana no entiende la carencia de protocolos que ha presentado el hospital, sobre todo cuando se trata de niños tan delicados como su hijo y el resto de los pacientes de TMO. En el caso de Sebita, no solamente se había sometido a un trasplante de médula ósea. Durante su vida tuvo cáncer, un paro cardiorrespiratorio, hepatoesplenomegalia, insuficiencia renal crónica y a veces convulsionaba.

Cuando Ana pidió explicaciones al hospital por su resultado positivo, la respuesta fue que seguramente se había contagiado en otra parte. “Ellos nunca van a asumir que una funcionaria me contagió. Lo mismo pasó con Osiel, el primer niño que falleció de coronavirus. Se lavaron las manos con esa familia, sabiendo el dolor que estaban pasando. Quieren hacer lo mismo con todos”, comenta molesta.

Si bien las visitas se redujeron luego de la muerte de Sebita, nunca se restringieron completamente. En una entrevista con el medio The Clinic, Jorge Lastra, director del Calvo Mackenna, explicó el por qué de esta situación. “Si bien se ha debatido el tema de las visitas desde que inició la pandemia, nosotros optamos por considerar la condición de abandono en la que quedan los niños en ausencia de sus seres queridos y decidir que no queden tan solos”, dijo.

Según el informe epidemiológico del Minsal hasta el 12 de junio del 2020, hay 7.668 niños entre 0 y 14 años contagiados por COVID-19 en Chile. En el Calvo Mackenna hay 54 pacientes que tienen el virus entre 0 y 15 años. Respecto al personal del hospital, hay 143 casos activos.

“Hay muchos funcionarios contagiados en el hospital. Deberían tener más cuidado con eso. Tal vez tomar un examen semanal o algo así, porque ponen en riesgo la vida de los niños”, dice Ana.

Osiel Araya no cree que la muerte de Sebita fue culpa de las TENS o de su madre. “Ellas no tenían cómo saber que estaban contagiadas”, dice. Pero sí hace una crítica al gobierno, ya que considera que si se hubiese hecho cuarentena total desde un principio, su hijo estaría vivo.

“Los niños tienen una fuerza increíble. Ellos luchan porque quieren salir adelante, tienen ganas de vivir. Lamentablemente siempre se van los buenos. Mi hijo era mi partner, mi socio. Lo extraño tanto. Yo le aseguro que sin el Covid él estaría bien. Lo vamos a llorar por mucho tiempo”, dice Osiel entre lágrimas. “María José, de cierta manera, se siente culpable, pero la verdad es que eso solamente lo sabe Dios”, agrega.

Fuente: El Desconcierto

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